JOSÉ JOAQUÍN ORTIZ



JOSÉ JOAQUÍN ORTIZ 




Tunja, 1814 - Bogotá, 1892) Escritor colombiano que junto a José Eusebio Caro y Julio Arboleda constituyó la tríada de mejores poetas románticos de la Nueva Granada.
Estudió humanidades en el Colegio del Rosario y cultivó el periodismo con éxito y habilidad, en especial en temas políticos. Fundó y colaboró como redactor en El Correo de los Andes, El Porvenir, La ciudad, El Conservador, El Día, El Cóndor y El Catolicismo. En 1835 fundó La Estrella Nacional, el primer periódico de Colombia dedicada con exclusividad a la difusión de las letras nacionales, redactado con José Eusebio Caro. Defensor de la corriente conservadora que acabaría triunfando en la promulgación de la Constitución de 1886, accedió en varias ocasiones a la cámara legislativa de la República, y figuró entre los fundadores de la Academia Colombiana de la Lengua.


POEMA:

La sepultura del guerrillero


En silencio marchábamos, trepando
del agrio monte hasta la cumbre llana,
e iba nuestro camino iluminando
el primer esplendor de la mañana.

Sobre un lecho de ramas vacilante
con la bandera blanco-azul cubierto,
al hombre va el cadáver adelante
de un joven en la lucha de ayer muerto.

Y con las luces de la aurora inciertas
veíamos abajo silencioso a Guasca estar,
y alrededor cubiertas sus dehesas de césped oloroso;

y más abajo el río que desata su espumoso raudal;
y parecía cinta de perlas y bullente plata
serpenteando entre la negra humbría;

y más lejos, en lo último del llano,
blanquear de toldos apiñado grumo,
y alzarse en ondas por el aire vano
del enemigo campamento el humo;

y en el confín del último horizonte,
reverberando al sol, alzar su cima sobre un monte,
y un monte y otro monte la pirámide excelsa del Tolima.

Llegamos de la cumbre a una meseta,
que era el lugar por la amistad marcado
para dar sepultura en la secreta
soledad al guerrero desgraciado.

Sobre un lecho de angélica y mastranto
depusieron al fin el cuerpo inerte;
y alrededor nosotros entre tanto
hacíamos la vela de la muerte.

Lo contemplamos en silencio;
había muerto en la flor de edad bella y lozana;
¡así acababa tan risueño día,
antes de que pasara la mañana!

Negros, largos bajaban por la frente,
blanca como la cera, los cabellos;
y ver una sonrisa dulcemente
nos parecía entre sus labios bellos.

Sin la herida mortal, profunda y ancha
que desgarró su corazón altivo,
y sin la sangre que su cuerpo mancha
se pudiera juzgar que estaba vivo.

Rendido sólo por la cruda muerte,
mas no vencido en la batalla fiera,
caído como cae el varón fuerte,
por defenderla, al pie de su bandera.

¡Oh lamentable escena! Cuatro amigos
la tumba abriendo del amigo muerto,
sin cánticos, ni pompa, sin testigos,
en lo más escondido del desierto;

y en la tierra y el cielo todo en calma
en esa virginal naturaleza,
y sólo agitación en nuestra alma
y el dolor rencoroso en su tristeza.

Ni una voz en el páramo, ni el grito
de un ave que rasgara el vago viento;
mudo el espacio, diáfano, infinito,
y silencioso el ancho firmamento.

¡Ah! ¿qué éramos allí, pobres mortales
grandes por el dolor únicamente?
Un átomo perdido en los raudales
de aquella inmensidad omnipotente.

Y luégo que nuestra obra terminamos,
y estuvo abierta la profunda huesa,
sus restos con amor después bajamos,
con el respeto de amistad piadosa;

y alzando a Cristo súplicas sinceras
porque acoja su espíritu afligido,
en su frente de veinte primaveras
la tierra echamos del eterno olvido.

Con dos toscos maderos mal trabados
una rústica cruz después hicimos,
y cual memoria de tan tristes hados,
sobre su sepultura la pusimos.

Vueltos luégo al oriente, donde el alba
con sus rosas de oro relucía,
por toda despedida hizo una salva
aquella nuestra triste compañía.

¡Descansa al fin en paz en este suelo,
que el tuyo no es, oh joven desgraciado,
tú que no recibiste ni el consuelo
del abrazo materno regalado!

¡Duerme por siempre al son de estos torrentes
y de la blanda brisa a los rumores,
a la luz de los astros esplendentes,
en tu lecho de hierbas y de flores!

Muchos hicieron antes lo que hiciste:
fuerte lidiar con generoso pecho;
¡ninguno más que tú, pues que moriste
por tu Dios, por tu patria y tu derecho!

Comentarios

Entradas más populares de este blog

LUIS VARGAS TEJADA

EDUARDO CASTILLO

JULIO ARBOLEDA